miércoles, 14 de diciembre de 2011

Cine y Revolución.

Aristegui - Cine y Revolucion (Pablo Ortiz Monasterio)



Parte 1: http://www.youtube.com/watch?v=5l1xvsjbrvA

Parte 2: http://www.youtube.com/watch?v=78nrQzXHKoE

Fotografía y Revolución

México: Fotografía y Revolución: es una de las novedades editoriales de finales del 2009, un proyecto coordinado por Miguel Ángel Berumen Campos, y la participación de especialistas como: Mauricio Tenorio Trillo, Marion Gutreau, Laura González y Claudia Canales. En su esfuerzo por documentar por primera vez el fenómeno fotográfico durante la revolución mexicana, en el se da a la luz un listado de nombres, “fotógrafos”. Como ellos mismos apuntan no hay un conocimiento certero de cuantos y quienes fueron; 305, es el número que lograron recopilar.

En el Anexo II del libro, aparecen de forma alfabética en dos apartados con el siguiente título:

Relación de fotógrafos que documentaron la revolución.

El equipo de Berumen debió aportar más nombres; de hecho en su libro aparecen algunos en otra forma. En la relación encontramos el nombre de Manuel Ramos (Manuel Ramos Sánchez); y en la página 8 una fotografía firmada como “Ramos y Cia. Fots”, sin que se agregue esta última firma en el listado. En el pie de la fotografía se asume la autoría de Manuel Ramos a pesar de encontrarse él en la imagen en una posición algo complicada como para ser autorretrato.




Postal editada y registrada por Underwood & Underwood. Veracruz 1914.


Underwood & Underwood, fue inicialmente un productor y distribuidor de fotografías estereoscópicas, fundada en 1882, Kansas, por los hermanos Elmer y Bert Underwood, y eventualmente llegó a ser productor de tarjetas postales y a trabajar como agencia fotográfica; en 1920 la mayor parte de su catálogo se vendió a Keystone View Co.

En las postales editadas por Underwood & Underwood es difícil identificar al fotógrafo original, ya que se usa material creado por terceros y a veces estos mismos reutilizan materia de otros fotógrafos, y generalmente no se dan créditos. Entre 1916 y 1917, en la llamada Expedición Punitiva, Underwood & Underwood obtiene la exclusividad para acompañar y documentar las acciones militares en territorio mexicano, por parte del ejercito norteamericano, para lo cual se le autorizar un máximo de 10 fotógrafos en un momento dado, para cubrir el movimiento de las diferentes columnas. Las fotografías obtenidas de esta forma se ponían a disposición de agencias o interesados en comercializarlas, bajo el principio de un precio fijo para todos, después de pasar por la censura, pero respetando los derechos de Underwood & Underwood.


Postal, Mexican War Series, editada y registrada por International News Service



Postal editada y registrada por Kauth, 1914



Fotografía registrada por M. P. Thous, 1913.



Postal Miret, Veracruz 1914

Hay que reconocer que todos los nombres incluidos en la lista, merecen su lugar, por una u otra razón, que sí redujéramos la lista a los fotógrafos 100% comprobados nos daría una realidad parcial; siendo una mejor idea nombrar la relación de la siguiente manera:

Promotores que documentaron gráficamente la revolución Mexicana.

En ella incluiríamos: Creadores: fotógrafos: aficionados; profesionales, fotógrafos de Estudio, Retratistas, Fotorreporteros, Cine camarógrafos. Productores: editores de libros, revistas, diarios, y tarjetas postales. Distribuidores: Agencias. Coleccionistas. Y Especuladores.

Manuel Ramos al inicio de su carrera mantuvo un Estudio Fotográfico, para luego dedicarse al Fotoperiodismo, durante todo el periodo de la Revolución Mexicana trabaja de esta forma, ergo lo catalogaríamos como Fotorreportero.



Postal editada por M. Stein, collage de escenas villistas.


Otra empresa de este tipo por su magnitud de producción fue, International Film Services (IFS); creada por William Randolph Hearst en 1915, con la intención de explotar la popularidad de las tiras cómicas, controladas por el emporio de Hearst, entre otras cosas dueño de 17 diarios y revistas, de International News Service, e International Picture Service. Al ampliarse al mercado de las tarjetas postales, podríamos suponer de donde provenían las imágenes; de sus Agencias fotográficas, y extrayendo tomas fijas de películas.

Una de sus subsidiaras era Hearst-Vitagraph News Pictorial, a través de ella a principios de 1916 de forma irregular, Tracy Mathewson su camarógrafo logra filmar 8 rollos y por lo menos hacer 30 negativos fotográficos de la entrada de las tropas norteamericanas en territorio mexicano, siguiendo la columna militar por algunos días. Este material sería confiscado por el War Department, y tras su censura y un convenio firmado entre Pathe Exchange Inc., Gaumont Co., Seling Tribune, International Film Service Inc., y Universal Film manufacturing Co., Universal Animated Weekly, se libero el material sobre la base del contrato establecido con Underwood & Underwood para la fotografías fijas.

Las arbitrariedades propiciadas por William Randolph Hearst, fueron muchas y reiteradas en relación al manejo de la información concerniente a la Revolución Mexicana; en ello había interés personal.

Hearst, fue amigo del Presidente Porfirio Díaz, a quien visitó en algunas ocasiones en México mientras vacacionaba; había heredado grandes propiedades en México, donde se incluía la hacienda de San José Babícora, Chihuahua, con una extensión de 361,390 hectáreas, amén a otras en Guadalajara y Yucatán. La propiedad del magnate Hearst abarcaba lo que hoy conocemos como el Municipio de Gómez Farías, Ignacio Zaragoza, Madera y Namiquipa. La propiedad estuvo bajo control Villista por dos años y finalmente se expropio, no sin redoblados esfuerzos de Hearst por recobrarla, se dice que se llevó miles de cabezas de ganado a los Estados Unidos, arrebatándoselas a los villistas por medio de un ejército personal, busco por todos los medios la intervención directa del ejército Norteamericano, tratando de inclinara la opinión pública y al gobierno de su país, hacia una guerra abierta entre México y los Estados Unidos. De ahí que la promoción gráfica de la revolución Mexicana, hecha por Hearst no atendía al interés informático, ni económico resultado de la venta de postales o imágenes a diarios y revistas, sino a su propia política, sin negar que obtuviera jugosas ganancias monetarias en el proceso.

William Randolph Hearst sin ser fotógrafo, tuvo la suficiente influencia para determinar de forma masiva, que, cuando y como se mostraba al público norteamericano su visión de la revolución mexicana, e inclusive en Europa.


Postal editada y registrada por International Film Service. Casas Grandes 1916.

Cine y Revolución: La Revolución Mexicana vista a través del cine




En medio de todos los lugares comunes históricos, artísticos, editoriales y políticos, justificatorios y críticos, que ha traído consigo este año de celebraciones, el cine mexicano no podía quedarse atrás. Y tan no lo ha hecho que varias han sido las producciones que con temática bicentenaria o centenaria han salido al mercado con muy desiguales logros y recepciones. Héroes patrios se han pretendido desmitificar y medianamente humanizar, figuras relevantes de la historia nacional han pasado al cadalso de un supuesto reconocimiento por la volubilidad de los medios de comunicación, entre solemnidades y parafernalias; y en este afán de festejar, mucho se ha dicho de manera ligera y anodina, aunque también es cierto que hemos sido testigos de algunos logros. Y uno de ellos sin duda es el libro Cine y Revolución: La Revolución Mexicana vista a través del Cine coeditado por la Cineteca Nacional y el Instituto Mexicano de Cinematografía.

Desde hace poco más de dos años, hasta donde sé, se presentó la iniciativa oficial de echar a andar un Museo Nacional de Cine, mismo que le fue encargado a nuestro buen amigo Pablo Ortíz Monasterio. Por claras limitaciones presupuestales aplicadas severamente a la educación y a la cultura esta iniciativa derivó en la propuesta de hacer ya no tanto un museo sino más bien una magna exposición sobre el Cine y la Revolución. Para participar en ella fuimos convocados varios colegas y amigos interesados tanto en la historia como en el cine, pero sobre todo aquellos a quienes sus aficiones los habían llevado a estudiar la propia historia, la estética y los múltiples vectores sociales, económicos, políticos y culturales que confluyen en el quehacer cinematográfico mexicano y del mundo.

En una serie de primeras sesiones se presentaron y discutieron una gran cantidad de ideas para poder darle una consistencia original y propositiva a dicha exposición. Consagrados especialistas en la historia del cine mexicano como Eduardo de la Vega, Ángel Mikel, Raúl Miranda y Octavio Moreno Toscano se incorporaron al equipo de trabajo y jóvenes entusiastas e igualmente solventes como Álvaro Vázquez Mantecón, Claudia Arroyo, Hugo Lara, David Wood, Eloisa Lozano y Alicia Vargas, se unieron a esas sesiones, a las que recuerdo que también ocasionalmente asistimos Paco Montellano, Gregorio Rocha, Aurelie Semichón, Rossana Barro y un servidor, entre otros cuyos nombres lamentablemente ahora no me llegan a la memoria.

Se trataba de un proyecto por demás seductor, que hay que reconocer que empezó con gran entusiasmo y fuerza, y que gracias a la tenacidad de Pablo y de algunos de sus colaboradores cercanos, logró salvar la carrera contra constantes frustraciones e impedimentos, mismos que han caracterizado a muchos otros proyectos de la administración cultural actual. Las limitaciones presupuestales aparecieron una y otra vez, pero aún así el proyecto lejos de naufragar, tuvo por lo menos dos grandes logros de amplia trascendencia: la propia exposición organizada por el Consejo Nacional para la Cultura y la Artes que llevó el título de Cine y Revolución y el libro que ahora se presenta.

Tengo que reconocer que sobre la exposición hablo más de oídas que de sabidas, porque por más que me hubiera encantado colaborar a fondo con el proyecto, un compromiso en la Universidad de Cantabria me impidió seguirlo de cerca, sin poder colaborar más estrechamente, y más bien sólo pude asistir a algunas sesiones con el equipo organizador y disfrutar la exposición en unas cuantas visitas. Pero pienso sacarme la espina ahora comentando este espléndido libro.

Si bien se trata de un producto que refleja ampliamente la riqueza de materiales y propuestas museográficas que se recabaron a la hora de armar la exposición que ocupó una parte del Palacio de San Ildefonso a partir de mayo del 2010, este libro es, a mi juicio, mucho más que eso. Cierto que varios autores-investigadores de la talla de Emilio García Riera, Aurelio de los Reyes, Carlos Monsiváis, Jorge Ayala Blanco, Margarita de Orellana y Andrés de Luna ya se habían ocupado de la relación entre la Revolución Mexicana y el cine; sin embargo lo que ofrece este libro es una mirada fresca y novedosa, en no pocos casos provocadora y también en ocasiones, como suele ser el propio cine mexicano, bastante complaciente.

Dividido en siete grandes apartados, correspondientes a las siete salas en que estuvo organizada la exposición, el libro muestra siete ángulos a partir de los cuales puede atisbarse la complicada relación que ha tenido el mundo cinematográfico, tanto nacional como extranjero, desde sus inicios hasta hoy, con la Revolución Mexicana. Después de una introducción sencilla y bien escrita por Álvaro Vázquez Mantecón, no sin ciertos lugares comunes como aquello de que “La Historia es un territorio en disputa” o que “La Revolución se ha convertido en un espejo en que las distintas generaciones de mexicanos buscan claves para explicar su identidad”, aparece el primero de los siete grandes rubros, El Viaje triunfal. Ángel Miquel y David Wood comparten los créditos de los textos que componen este apartado. Ángel, con un texto entre erudito y amable, habla de lo que ha sido su especialidad desde hace años y que es el cine silente, tanto el documental como el de ficción, relativo a los años revolucionarios. Llama la atención que, a diferencia del documental, la ficción muda prácticamente no se ocupó de la Revolución. Esto lleva a pensar en el escaso vínculo que los primeros cineastas mexicanos tuvieron con quienes sí participaron estrechamente y vivieron las acciones, las aventuras y las cotidianidades revolucionarias. David Wood, por su parte, narra lo que descubrió y cómo le fue a la hora de sumergirse en el Archivo de Salvador Toscano tratando de entender los móviles y los logros de este pionero del cine mexicano. Entre recuentos de tarjetas, fotogramas, tomas y digitalizaciones descubre cómo un cineasta en su gabinete puede transitar desde el oficio del periodismo a la propaganda y de ahí ser un pretendido clíonauta.

Mi muy admirado maestro y colega Eduardo de la Vega inaugura el segundo apartado dedicado a los caudillos haciendo una muy puntual radiografía de Pancho Villa en el cine. Con sus poco más de 35 largometrajes mexicanos como primera figura representada de la Revolución Mexicana, Villa es con mucho, no hay ni qué decirlo, el héroe revolucionario favorito del cine de nuestro país. Pero Eduardo no es complaciente: a varias cintas con temática villista las tilda de “pésimas” “megalomaniácas” y “oportunistas”, lo que contrasta enormemente con los discursos reivindicativos que pueblan el discurso mediático del cine nacional.

Y algo parecido sucede en la tercera sección de este libro titulada Enemigos. La estética de la guerra, la crueldad y la ritualidad de la muerte y el dolor, aparecen en el magnífico ensayo de Carlos Arturo Flores Villela, titulado Pólvora, fusiles y sogas. El vínculo entre la historia “real”, el arte, la literatura y el cine de la Revolución es analizado con cuidado y sin mayores concesiones en este texto, en que queda clara la falacia de la relación realidad-cine y los múltiples contextos con los que la ficción trató de mostrar el lado oscuro y maligno de la guerra civil, sin acabar de lograrlo del todo.

Hugo Lara Chávez se encarga del ensayo Vino el remolino y nos alevantó. Entre el caballo y el ferrocarril: los símbolos de la movilidad en el cine de la Revolución, con el que se compone el texto principal del cuarto apartado del libro. Si bien es cierto que tanto los equinos de carne y hueso como los de acero fueron protagonistas imprescindibles de la Revolución y su filmación en movimiento, no cabe duda que otra movilidad, que lamentablemente no aparece ni mencionada en este ensayo, también tuvo mucho que ver tanto con el quehacer cinematográfico como con el propio acontecer revolucionario y su representación. Me refiero a la movilidad social que sin duda trastocó tanto a los propios partícipes de la Revolución como a los cineastas, a los camarógrafos, a los productores y no se diga a los actores. Pero es cierto que es injusto pedirle un análisis de este tipo a quien tampoco se propuso hacerlo. De cualquier manera el trabajo de Hugo resulta valioso porque, como él mismo lo dice, el cine de la Revolución ha sido “una lámpara que modifica periódicamente su intensidad…” y yo me atrevería a decir que muchas veces también se apaga y no ilumina sino que oscurece los caminos de la razón, la emoción y el entendimiento.

Pero hay también oscuridades creativas como aquella a la que hace referencia la instalación sonora de Antonio Fernández Díaz 1910, que leída, al igual que las otras dos instalaciones de Elisa Miller Duelo y Caudillos de Nicolás Echevarría poca justicia se les hace si se les compara con el acontecimiento estético que sí mostraban en la sala de exposiciones. En este libro, dicho sea de paso, la notas relativas a estas instalaciones tienen muy poco qué contribuir, en medio de los demás textos tan bien seleccionados y escritos.

El quinto apartado se titula Recuerdos del porvenir y consiste de un ensayo de Elisa Lozano y unas fotografías sorprendentes de lo que sería una especie making of del cine de la Revolución. Fotógrafos, vestuarios, escenografías y texturas son evocadas por Elisa de forma amena y gustosa, repasando algunos aspectos de la tripa del quehacer cinematográfico revolucionario.

Actores y actrices, figuras estereotípicas de hombres y mujeres de la Revolución forman parte del penúltimo apartado titulado Si Adelita se fuera con otro. Alicia Vargas Amésquita se encarga de los rostros inconfundibles de los machos y las hembras que creó el cine nacional con tema revolucionario. Cientos de lugares comunes de hombres bragados y marimachas, de sentimientos nobles y de gandallismos traicioneros, de miradas seductoras y castas pretensiones lúdicas se pasean por este ensayo que reconoce e identifica ciertas identidades imaginarias de género impuestas por ese cine, que finalmente desembocarían en lo que Claudia Arroyo Quiroz incluye en su ensayo titulado Entre el amor y la lucha armada. Tomando como tema central las relaciones de pareja representadas en este cine, Claudia llega a la conclusión más o menos obvia de que el devenir del quehacer amoroso revolucionario en este mismo cine resulta así: si el amor es exitoso es celebración y si es fallido es pesimismo.

Finalmente, el séptimo apartado toca a La mirada de los otros: el cine extranjero de la Revolución Mexicana cuyo encargado es Raúl Miranda López. Con este magnífico ensayo Raúl no sólo expone su enorme conocimiento sobre la materia sino que lleva al lector por la múltiple dimensión de la representación de los mexicanos revolucionarios en la mirada de los cineastas norteamericanos y europeos, desde los propios años de la guerra revolucionaria hasta The Three Amigos de John Landis, los spaghetti westerns, y, sorpréndase lector, a la Revolución Mexicana en los cines filipino, egipcio y turco.

Cierra este volumen una muy útil filmografía de la Revolución y una muy incompleta bibliografía general. No me resulta extraño el desinterés de los cineastas por la cultura libresca. Por eso creo que vale la pena hacer una última reflexión que corresponde a la primera frase que se lee al abrir este libro. Ahí se dice textualmente “La historia que conocemos de la Revolución Mexicana es, en buena medida, la que nos ha contado el cine en los más de 250 largometrajes, nacionales y extranjeros, que existen a la fecha sobre el tema…” Me temo que quien eso escribe discierne poco entre la historia como generadora de conocimiento e identidad y el cine como relato y constructor de imaginarios. Afortunadamente desde hace mucho tiempo muchos mexicanos hemos conocido a la Revolución no por lo que nos ha contado el cine, sino por lo que nos han contado nuestros abuelos, nuestros padres, nuestros maestros, nuestros libros y nuestras múltiples aproximaciones a la realidad. El cine es sólo una de ellas y por cierto, aunque sé que puede ser muy impopular que lo diga, el conocimiento que genera suele ser muy limitado. Me parece que a la Revolución Mexicana hay que conocerla por la Revolución mexicana misma y no confundir a la Revolución que sí se conoce más o menos bien con la que nos presenta el cine mexicano o el extranjero. Creo que este libro es tan valioso por eso mismo: porque ve, discute, critica, analiza y muestra al cine de la Revolución como cine de la Revolución y no como la Revolución misma. Ese es su gran mérito y por eso merece todo nuestro reconocimiento y aprecio. Enhorabuena y muchas felicidades por este magnífico trabajo.

*Texto de presentación del libro por Ricardo Pérez Montfort del CIESAS/México

La Revolución mexicana y el cine



La Revolución Mexicana contribuyó enormemente al desarrollo del cine en el país. Durante la Revolución Mexicana se produjeron películas documentales que relataron el conflicto armado convirtiendo a la Revolución Mexicana en el primer gran acontecimiento histórico totalmente documentado en cine. Nunca antes un evento de tal magnitud había sido registrado en movimiento. La Primera Guerra Mundial, iniciada cuatro años después del conflicto mexicano, fue documentada siguiendo el estilo impuesto por los realizadores mexicanos de la revolución. Pancho Villa financió parcialmente su fuerza por medio de productores estadounidenses que grabaron sus batallas y se dice que "coreografió" la Batalla de Celaya especialmente para su filmación. Otros productores, como los hermanos Alva siguieron a Francisco I. Madero, Jesús H. Abitia acompañaba a la División del Norte y filmaba a Álvaro Obregón y Venustiano Carranza, actualmente todos los rollos de estas filmaciones están supuestamente perdidos.

La vertiente documental y realista fue, por razones claras, la principal manifestación del cine mexicano de la revolución. Aunque el cine de ficción comenzaba a popularizarse en Europa y Norteamérica, el conflicto armado mexicano constituyó la principal programación de las salas de cine nacionales entre 1910 y 1917.

El público se interesaba en estos filmes por su valor noticioso. Era una forma de confirmar y dar sentido al cúmulo de informaciones imprecisas, contradictorias e insuficientes, producto de un conflicto armado complejo y largo. Los filmes de la revolución pueden considerarse como antecedentes lejanos de los noticiarios televisivos de hoy en día.

Los cineastas de la revolución procuraban mostrar una visión objetiva de los hechos. Para no tomar partido, los camarógrafos filmaban los preparativos de ambos bandos, hacían converger la acción en la batalla y, en muchos casos, no daban noticia del resultado de ésta. Esto lo hacían debido a la incertidumbre por el curso de los acontecimientos.

Independientemente de las distintas prácticas cinematográficas, la revolución fue para el cine mexicano un evento fotogénico excepcional. Sin lugar a dudas, la estética provocada por este conflicto imprimió su huella en el desarrollo posterior de nuestra cinematografía. Prueba de ello son los filmes de la llamada época de oro que tanto le deben a la revolución en su postura estética.

Durante el gobierno de Carranza se limitaron los filmes acerca de la revolución y el cine de ficción empezó a crecer.

Durante la era post-revolucionaria no fue posible que la industria avanzara, pero durante los años 1930, una vez que la paz y la estabilidad regresaron al país, diversos directores comenzaron a dirigir películas de valía.

Ruta de Carranza


Fue la figura más representativa en la segunda etapa de la Revolución; tras la muerte de Francisco I. Madero, él continuó la lucha con el sobrenombre de “El primer jefe del ejército constitucionalista”, y desconocía el gobierno de Victoriano Huerta. Su bandera fue el cumplimiento a la Constitución y la restauración del orden.

En su camino por reestructurar la paz de México, hay sitios emblemáticos por los cuales la presencia de Venustiano Carranza ha dejado huella: Cuatrociénegas, santuario natural de gran belleza, ahí nació el Jefe de la Revolución; Ramos Arizpe, rodeado de una zona boscosa dentro del desierto, sitio donde escribió el Plan de Guadalupe para derrocar a Victoriano Huerta; Querétaro, Ciudad Patrimonio de ambiente señorial, escenario donde se efectuó la reforma de la Constitución de 1857; Puerto de Veracruz, de gran algarabía y en cuyas aguas se aloja el Sistema Arrecifal Veracruzano, ahí reorganizó su ejército y la proclamó capital del país.

Esta ruta, podríamos decir, es una de las más completas, tiene paisajes de desierto, escenarios para hacer turismo alternativo, arquitectura colonial, paraísos naturales únicos, folclor y mucho sol y playa.





Cuatrociénegas

Es un valle ubicado en el desierto de Chihuahua y es de los pocos ecosistemas de manantial de desierto en el continente, lo cual genera un complejo sistema geotérmico que lo convierte en santuario de la biodiversidad. En este oasis coahuilense se realizan varias actividades de ecoturismo.

En esta desértica maravilla de México, nació Venustiano Carranza, el 29 de diciembre de 1859. Creció en compañía de sus padres y 13 hermanos. La casa donde nació ahora está convertida en el Museo Casa de Venustiano Carranza.

En esta población cursó sus primeros estudios y su materia favorita fue la historia. Cuentan que le gustaba contemplar la naturaleza de Cuatrociénegas, practicar equitación y leer libros de historia.

Su carrera política la inició cuando, en 1887, fue electo presidente municipal de Cuatrociénegas. Después fue electo Diputado de la Legislatura Local, Senador Propietario del Congreso de la Unión y otros cargos más. Estos fueron los comienzos políticos de quien sería el Primer Jefe de la Revolución Constitucionalista.


Ramos Arizpe

Localizada entre Saltillo y Monclova en pleno desierto coahuilense, donde las comodidades eran escasas, se encontraba la Hacienda de Guadalupe, donde Carranza escribió el Plan de Guadalupe. Fue precisamente esa lejanía la que le permitió planear y darle forma al ejército, el cual retomaría el orden del país, después de que Victoriano Huerta asumió la presidencia el 19 de febrero de 1913, mediante la traición y ambición por el poder.

Hoy en día se pueden apreciar las robustas paredes de adobe y la arquitectura del norte la cual alojó a quienes se sublevaron en Saltillo e iban camino a Monclova para establecer ahí su cuartel general. El 25 de marzo de 1913, durmieron en la Hacienda de Guadalupe propiedad del general Francisco Coss. Esa noche se reunieron el teniente coronel Lucio Blanco, el general Francisco Mujica y el general Venustiano Carranza, juntos redactaron un documento en el cual explicaban las razones de su levantamiento en armas y sus objetivos.

Al día siguiente, el 26 de marzo, dieron a conocer el famoso Plan de Guadalupe, en éste se desconocía al general Victoriano Huerta como presidente, a los Poderes Legislativo y Judicial de la Federación, así como a los gobernadores que aceptaban a los anteriores. Entre sus declaraciones estaban: el ejército encargado de cumplir los propósitos estaría comandado por Carranza, a quien llamarían Primer Jefe del Ejército Constitucionalista; una vez tomada la ciudad de México, el Primer Jefe asumiría el cargo de encargado del Poder Ejecutivo de la Unión y convocaría a elecciones.

De la hacienda, puedes ver sus amplias habitaciones y techos altos, desde donde admirará la inmensidad del desierto y la majestuosa Sierra de la Gavia.


Querétaro

Señorial y dinámica así es esta Ciudad Patrimonio, está llena de actividad industrial y artística. Por encontrarse en el centro del país, ha sido escenario de grandes momentos en la historia de México, tanto en la Independencia como en la Revolución. La figura de Venustiano Carranza, en esta ciudad, fue de gran trascendencia…

En el Teatro de la República, el 1 de diciembre de 1916 se iniciaron las sesiones formales del Congreso Constituyente. Carranza, en su carácter de Primer Jefe del Ejército Constitucionalista y encargado del Poder Ejecutivo de la Unión, apareció en la sala del teatro donde lo esperaban los diputados. Comenzaron por dar lectura al proyecto de reforma a la Constitución de 1857; según dijeron, conservaría intacto el espíritu liberal y la forma de gobierno; la idea era actualizar las leyes para que correspondieran con las necesidades de ese momento. El 6 de diciembre iniciaron las discusiones de los artículos y hasta el 31 de enero de 1917 se juró la nueva Constitución Política, la base que actualmente nos rige; para el 5 de febrero se promulgó en medio de grandes festividades en la ciudad de Querétaro.

Los textos se dieron a conocer a la población a través de un folleto y en bandos que fueron pegados por toda la ciudad.


Puerto de Veracruz



El puerto de Veracruz, puerta de entrada y salida a México, así como capital del país en dos ocasiones: bajo el mando de Benito Juárez y con la presidencia de Venustiano Carranza. Éste último se estableció el 25 de noviembre de 1914 en el edificio de Faros del Puerto de Veracruz; hasta allí llegaron los archivos oficiales llevados por las fuerzas obregonistas que desalojaron la ciudad de México por la entrada de los revolucionarios quienes desconocían su gobierno.

El 26 de diciembre, Carranza elevó al puerto de Veracruz a la categoría de capital del país, reorganizó su ejército con el apoyo de Álvaro Obregón, nombrado Comandante del Ejército de Operaciones, quien poco a poco venció a los ejércitos de la Convención mientras tanto Venustiano Carranza puso en marcha una serie de reformas constitucionales que le dieron el apoyo social para vencer a sus enemigos, entre otras: la legalización del divorcio y la ley agraria.

El 22 de enero de 1915, Álvaro Obregón recuperó, para Carranza, el control de la ciudad de México; y para agosto, ya dominaba casi todo el país, a excepción de los grupos diversos de villistas en el norte y el foco zapatista del sur. Ese mes, Carranza pudo trasladar nuevamente, aunque de forma temporal, la capital a la ciudad de México.

La huella de Venustiano Carranza en este lugar se aprecia a través del monumento ubicado en una gran explanada, frente al Faro. Es una escultura en bronce de siete metros de altura, instalada sobre un pedestal de piedra, recinto ubicado, a su vez, en el centro de un espejo de agua. Carranza aparece de cuerpo entero, erguido, sosteniendo en la mano izquierda unos pliegos de la Constitución de 1917. La escultura es obra de Juan F. Olaguibel, y el proyecto del monumento se debe al arquitecto Francisco Artigas.

El Faro Venustiano Carranza fue, por muchos años, el Museo de la Revolución donde se exhibían las pertenencias de Carranza y fotos de la época. En la actualidad se encuentra cerrado al público porque está ocupado por la Secretaría de Marina, sin embargo los objetos de la colección del museo se localizan en el Museo Naval.

Ruta de Villa


Pancho Villa es uno de los personajes mexicanos más conocidos en el mundo; en torno a él se han creado infinidad de leyendas, las hay de todo tipo: como Robin Hood, como asesino despiadado y como mujeriego, por mencionar algunas. Durante la Revolución fue una figura sobresaliente en el norte del país, su participación se concentró en: Ciudad Juárez, urbe fronteriza donde se firmaron los Tratados de Ciudad Juárez que llevaron a la renuncia a Porfirio Díaz; Chihuahua, llamada la Cuna de la Revolución, gobernada por Villa unos meses; Hidalgo del Parral, capital del mundo para los parralenses, fue la última morada del Centauro del Norte; Torreón, la ciudad más importante de la Comarca Lagunera, fue tomada dos veces por las fuerzas de Pancho Villa; y Durango, un estado con paisajes inigualables y ciudades señoriales, del centro al norte fue la ruta por la cual anduvo Doroteo Arango, el verdadero nombre de este singular personaje.

El recorrido por la Ruta de Villa te llevará a descubrir los magníficos paisajes desérticos del norte del país, todos con grandes atractivos para disfrutar; sets cinematográficos, cañones, lagunas, minas y museos, así como interesantes rincones que no puedes dejar de conocer.





Ciudad Juárez

En los primeros meses de la Revolución, Juárez fue escenario de una de las batallas más destacadas y decisivas que culminó con el derrocamiento de Porfirio Díaz.

La batalla duró dos días (del 8 al 10 de mayo de 1911) y estuvo encabezada por Pascual Orozco y Francisco Villa. Después, la ciudad sufrió saqueos, fusilamientos y desorden total hasta el 21 de mayo cuando los revolucionarios y el presidente Porfirio Díaz firmaron los Tratados de Ciudad Juárez donde Díaz aceptaba renunciar al poder.

Para 1913, nuevamente Ciudad Juárez fue tomada por Villa sin grandes consecuencias

La Toma de Ciudad Juárez para los revolucionarios significó tener el control del norte del país, poder atacar libremente las regiones del sur y, lo más importante, adquirir directamente armas y provisiones así como controlar las aduanas. La veían como su base permanente por el contacto cercano con Estados Unidos


Chihuahua

Convertida en capital del estado en 1823, su centro está rodeado de arquitectura decimonónica y otros edificios que reflejan la bonanza del porfiriato. El 22 de diciembre de 1913, Pancho Villa ocupó nuevamente esta ciudad bajo el cargo de gobernador militar del estado y entonces se enfrentó al reto de organizar un gobierno.

Los principales problemas fueron el del comercio –paralizado por falta de circulación de moneda– y el de la inflación. Para solucionar el primer problema, emitió papel moneda por dos millones de pesos y lo declaró de circulación forzosa, a la vez, ordenó que el papel moneda de otras emisiones y la moneda de plata serían inadmisibles para transacciones económicas. Esta medida, en un principio funcional, eventualmente provocó una escalada inflacionaria, pues a la primera emisión siguieron muchas más. Para arreglar la inflación fijó precios máximos para productos básicos como carne, leche y pan.

Mientras fue gobernador en Chihuahua atendió también problemas de tipo social y urbano. Abrió numerosas escuelas y puso a sus tropas a trabajar en la planta eléctrica, en los tranvías, los teléfonos, el servicio de agua y los molinos de trigo de la capital del estado; organizó la venta de carne con reses tomadas de los ganados de la familia Terrazas y prohibió, bajo pena de muerte, la venta de licor al ejército. Aunque dejó el gobierno desde el 8 de enero de 1914, siguió ejerciendo el poder en el estado por varios meses.


Hidalgo del Parral

Es el último punto de la famosa ruta villista recorrida cada año por jinetes y motociclistas para conmemorar a El Centauro del Norte en el día de su muerte.

En abril de 1916, el ejército estadounidense se internó en Chihuahua, con el fin de capturar al general Villa, se detuvieron en Hidalgo del Parral para adquirir provisiones. Las autoridades tenían órdenes del presidente Carranza de evitar enfrentamientos, por eso se limitaron a negociar con el mayor Frank Tomkins. Pero Elisa Griensen, una niña de escasos 13 años reunió a un grupo de alumnos de la Escuela Oficial 99 y con ellos arengó a la población en contra de los extranjeros. Fue la primera en disparar y el pueblo comenzó a agredir a los soldados. Al grito de ¡Viva Villa! y ¡Viva México!, la multitud obligó a Tomkins a salir de la ciudad.

Francisco Villa tomó Parral siete meses después. En esa ocasión conoció a Elisa, le agradeció y accedió a casi todas sus peticiones. En su visita por la ciudad, podrá ver, en la zona del centro, la Casa Griensen, donde Elisa vivió al lado de sus padres.

En esta ciudad también emboscaron y mataron, el 20 de julio de 1923, al general Francisco Villa. Sus agresores rentaron una casa donde se escondieron por tres meses para vigilar sus pasos y encontrar el momento propicio para ejecutarlo. Ese día iba de regreso a su casa, manejando un Dodge, cuando se escuchó una lluvia de balazos. Los testigos cuentan que el carro se desvió y chocó contra un árbol. La casa donde fraguaron la muerte de Villa, hoy es el Museo General Francisco Villa con pinturas, fotografías y algunos objetos personales del Centauro del Norte.


Torreón

Es una de las ciudades más importantes del estado de Coahuila por su rica actividad comercial e industrial; junto con Gómez Palacio y Lerdo integran la Comarca Lagunera. Durante la Revolución, fue tomada en dos ocasiones por las fuerzas villistas; en el último ataque, Pancho Villa ordenó el saqueo, la destrucción y la quema de todas las imprentas para que no hablaran mal de él.

El avance de las fuerzas villistas hacia esta ciudad comenzó con el movimiento de los 15 trenes de la División del Norte de Chihuahua hacia Gómez Palacio en Durango y el ataque a esta población inició el 22 de marzo. El general Villa planeó una ofensiva con todas sus tropas, reunió a 15,000 efectivos; los huertistas, al darse cuenta de la magnitud de las fuerzas contrarias, evacuaron la ciudad el 26; al día siguiente la División del Norte entró a Gómez Palacio.

Precisamente en los límites entre Gómez Palacio y Torreón se encuentra el Museo de la Revolución, hoy Casa Colorada, en sus muros todavía quedan las huellas de los morteros villistas que hicieron posible la toma de Torreón. A escasos metros puedes ver armamento, monedas antiguas, fotografías de Pancho Villa, así como información sobre la participación de La Laguna en la Revolución.

El mismo 27 de marzo, tras la derrota de los huertistas, los jefes, encabezados por Pancho Villa, se reunieron para iniciar el asalto a la ciudad de Torreón. El fuego no cesó en los siguientes cinco días; al amanecer del 2 de abril, a costa de grandes bajas, los villistas redujeron a los huertistas a su última línea ya dentro de la ciudad. Villa ordenó un descanso a las tropas para esa noche dar el ataque final, pero el huertista José Refugio Velasco aprovechó las tolvaneras –por las cuales Torreón lleva el apodo de polvorreón– para ordenar una evacuación silenciosa y escalonada. Villa se dio cuenta de la huida pero decidió no atacarlos. El 3 de abril, la División del Norte llegó a Torreón, en su entrada, el general Villa fue vitoreado por la multitud. Cuentan que reestableció el orden casi inmediatamente, los principales servicios volvieron a funcionar y en la tarde el comercio abrió sus puertas.


Estado de Durango

Asentado al noroeste de México, el estado de Durango se rodea de los paisajes de la Sierra Madre Occidental. Fue sede de los momentos más trascendentes de la vida de Pancho Villa: nacimiento, y formación de su popular ejército, la División del norte, así como de su camino hacia la muerte.

El general Villa nació en 1878, en el rancho de la Coyotada el cual formaba parte de una de las haciendas más grandes del estado. Para llegar a este lugar, te recomendamos viajar por carretera, desde la ciudad de Durango. En el trayecto, aprovecha para probar, en el crucero de Canatlán de las Manzanas, las inigualables gorditas de harina rellenas de diferentes guisados. Debes recorrer unos cuantos kilómetros más, hasta llegar a San Juan del Río y tomar la desviación hacia la Coyotada, ahí verás la casa donde nació y pasó su niñez Doroteo Arango.

En esta excursión puedes conocer la flora, la fauna y el paisaje duranguense, escondites y testigos de la creación de Pancho Villa, tal como lo cuenta en sus memorias; cuando por defender a su madre y a su hermana, de su patrón, el joven Doroteo le disparó en el pie y huyó hacia la Sierra de la Silla.

A partir de ese momento, Villa vivió como un forajido en las montañas de Durango, constantemente perseguido por las autoridades. Durante ese tiempo decidió cambiar su nombre por el de Francisco Villa, ya que su padre había sido hijo ilegítimo de Jesús Villa.

La carretera 23 une, en 395 kilómetros, el nacimiento y la muerte de Pancho Villa; pues llega hasta Hidalgo del Parral, Chihuahua, donde murió; a su paso, se detuvo en la Hacienda de Canutillo, regalada por Adolfo de la Huerta como premio a su rendición y por sus servicios prestados a la Revolución. Dos habitaciones de la ex hacienda ahora están habilitadas como museo, con una buena colección de armas, documentos, objetos personales y fotografías, a través de las cuales se conoce la vida de Villa en la hacienda. Si tienes suerte, podrás encontrar personas que conocieron a Villa, con ellas, disfrutarás de sus relatos, fundidos entre la realidad y la ficción.

Durango es también el territorio donde se formó la División del Norte, cuando se ponía en marcha el ejército villista parecía una ciudad en movimiento. Las tropas villistas hicieron del ferrocarril su medio de transporte, casa, cuartel, cocina, caballeriza y oficina. La División, sorprendentemente, estaba formada por familias enteras, ¡hasta los niños tenían una labor asignada, según su edad, género y destreza!

La Hacienda de la Santísima Trinidad de la Labor de España fue construida en el siglo XIX y explotada por la familia Gardé como hacienda algodonera. Actualmente es el Museo Comunitario División del Norte cuya misión es representar la fundación de la División, la Revolución y la vida en la hacienda. De ésta puedes visitar parte de la casa grande, la capilla de estilo grecoromano, los patios y los impresionantes sótanos donde se guardaban los granos